miércoles, 26 de octubre de 2011

Jugar a perder

Los evidentes beneficios de Internet, los móviles y los videojuegos tienen su otra cara de riesgos, sobre todo en la adolescencia y primera juventud: recibir mensajes inadecuados, llegar a citarse con personas desconocidas, incluso desarrollar una adicción si se utilizan de forma incontrolada.
El 96% de jóvenes se conecta habitualmente a Internet, más del 90% utiliza todos los días el teléfono móvil y, en el grupo de 12-18 años, casi el 70% juega a diario con su videoconsola. Este telón de fondo revela que, por primera vez en la historia, las jóvenes generaciones de nativos digitales conocen mucho mejor las nuevas tecnologías que sus progenitores.
No hay señales de alarma si el uso de nuevas tecnologías por los menores no interfiere en sus obligaciones ni actividades de ocio. Empieza a haberlas cuando el incremento de tal uso interfiere gravemente en la vida cotidiana y el adolescente pierde interés por otras actividades. O sea, si su vida comienza a girar en torno a ellas y surgen conflictos con los padres, a la vez que aparecen mentiras y manipulaciones para dedicar más tiempo al ordenador, la consola o el móvil. El adolescente ya no los usará para pasarlo bien, sino para aliviar el malestar que le supone no utilizarlos. 
Una prevención eficaz va más allá de la simple información; por sí sola, esta no cambia actitudes ni comportamientos. La familia tiene un papel clave como agente preventivo. El principal factor de protección ante cualquier problema, incluida la adicción infantil y juvenil a las nuevas tecnologías, es una relación paterno-filial basada en el amor incondicional, la comunicación abierta y el ejemplo coherente de los progenitores. Aunque no siempre estos factores dan resultado.




     El caso de una niña de 12 años que ingresó en un hospital con lesiones dolorosas en la palma de las manos por adicción a los videojuegos, sería un buen ejemplo de una educación deficiente. Finalmente, los médicos descubrieron que la inflamación de la piel de las manos, era provocada por el uso excesivo de un mando de videoconsola. Llegaron a la conclusión de que la crispación de las manos en el mando y el hecho de apretar frenéticamente las teclas provocaron minúsculas heridas cutáneas, que podrían haberse agravado con la transpiración. La niña cumplió los 10 días de abstinencia de la videoconsola y sus lesiones desaparecieron. Se trata del único caso registrado al día de hoy en el mundo.

El concepto de “Adicción a las Nuevas Tecnologías” (ANT) se emplea cuando aparecen conductas similares a las de las personas adictas a las drogas o el juego patológico. Sus conductas típicas o síntomas son la tolerancia (para obtener el efecto placentero deseado se necesita dedicar más y más tiempo a Internet, el móvil o los videojuegos), la pérdida de control (se hace necesario usarlos para aminorar el disgusto que provoca estar desconectado), la ocultación (se niega el problema a pesar de evidencias como el fracaso escolar o el aislamiento social), el abandono de otras actividades (una auténtica bola de nieve de problemas en los ámbitos familiar, escolar y relacional, que llegan a afectar a la higiene personal, el sueño o la alimentación) y los cambios de comportamiento (la continuidad de la adicción va haciendo surgir cambios de todo tipo).
Si al principio el menor utiliza Internet porque le resulta agradable, cuando se excede y desarrolla una adicción comienza a sentir malestar, nerviosismo e irritabilidad al pasar tiempo sin conectarse. Y esa sensación (similar al síndrome de abstinencia en las adicciones con sustancia) solo se aliviará al retomar la conexión.
Amigos y compañeros asumen un papel fundamental como grupo de referencia del adolescente, como un mismo equipo que se opone a los adultos y ocupa el vacío emocional dejado por los padres. También tiene una función terapéutica.
En ese contexto, Internet, las redes sociales, los móviles y los videojuegos se convierten en señas de identidad para el joven, que los usa para el ocio, las tareas escolares y, sobre todo, para relacionarse con sus amigos en una etapa en la que desconecta de sus padres y exige privacidad y autonomía.
Frente a esos factores de riesgo, los padres y educadores pueden potenciar factores de protección. En primer lugar, habilidades personales como la autoestima, que es un pilar básico de la personalidad que los progenitores, siempre desde el cariño, pueden potenciar permitiendo a sus hijos asumir responsabilidades, cometer errores y rectificarlos, y aceptar y exponer críticas constructivas.
Y aunque no existe una regla de oro sobre el tiempo de conexión a Internet, la señal de peligro la marca el dejar de hacer otras cosas importantes por ello. Lo mejor es establecer un horario concreto y no hacerlo depender de la terminación de los deberes escolares para que estos no acaben haciéndose a la carrera. 

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