sábado, 29 de octubre de 2011

Un sistema de educación enfermo. Falta absoluta de motivación.

La edu­ca­ción se parece mucho a un enfermo al que la socie­dad solo atiende cuando éste se encuen­tra mori­bundo. Los medios de comu­ni­ca­ción se toman el tra­bajo de infor­mar la gra­ve­dad de la urgen­cia, pero al final de todo casi nadie se atreve a pre­ve­nir las cau­sas: des­aten­ción de los padres hacia sus hijos, falta de pre­su­puesto, inade­cuada for­ma­ción aca­dé­mica y humana en los pro­fe­so­res, escasa volun­tad polí­tica, entre otros.
Los hijos se encuen­tran mas dis­traí­dos que antes y los padres tie­nen menos tiempo para con­cen­trarse hoy. De un tiempo a esta parte la socie­dad se desen­ten­dió de su res­pon­sa­bi­li­dad edu­ca­tiva, tras­la­dando sutil­mente esa fun­ción a la escuela, pero ésta última hizo lo mismo con los padres. Final­mente, los padres, pri­me­ros edu­ca­do­res,  no ter­mi­nan edu­cando en las dimen­sio­nes espe­ra­das.
Una enseñanza sin amor no motiva y la motivación es el ingrediente esencial de la atención, del aprendizaje y de la memoria.
Si lo que conoces no lo sabes, porque no lo saboreas; si tus palabras sólo repiten lo que ya dicen los libros, pero no tiene el contexto significativo de tu propia alma, si lo que dices no resuena en tu corazón, posiblemente tu clase se convierta en un lugar donde reinará el déficit de atención. Seguramente médicos y psicólogos te darán la razón cuando evalúen clínicamente la situación. Pero lo que nos importa es la causa.
Han perdido la motivación, se aburren, su atención se dispersa buscando lo que en clase no encuentran.
Liberar el potencial humano, educar para una cultura del compartir, integrar todas las vertientes de nuestra inteligencia en una inteligencia adaptativa que nos permita a todos dar lo que vinimos a dar de nuestra vida. No puede ser otro el propósito de una nueva pedagogía, una que convoque lo mejor de la cultura humana, representada en los recientes avances de la ciencia y el aporte de las culturas milenarias.
Es hora de unir las ciencias humanas y las ciencias de la vida en la dimensión de una ciencia espiritual que nos permita dar sentido a la crisis actual. Tal vez necesitamos menos diagnósticos y pronósticos y más compromiso con nuestros hijos. Al fin de cuentas, ellos son las semillas de la tierra, la cosecha del futuro y la esperanza de una cultura de relaciones humanas.




Hemos dado pasos gigantes en términos de educación, es cierto que el cambio cuantitativo es innegable, han mejorado los ingresos, pero en el proceso no ha habido un avance cualitativo correspondiente. Tenemos más conocimientos, quizás hayamos adquirido nuevas técnicas y destrezas, pero en el camino hemos ido renunciando a la capacidad de crear nuestras obras más bellas. Tenemos más profesores y menos maestros, más doctores y menos sabios; sabemos más de producción en serie y mucho menos de artesanías, más de piezas renovables concebidas para la competencia y tal vez más ciencia, pero mucho menos de la magia de hacer lo que hacemos con conciencia. Tenemos más de todo lo otro y mucho menos de nosotros. Los sistemas masificados clasifican de anormal a quien se sale de la curva de la mediocridad.
Educamos para la repetición, premiamos la memoria y el automatismo, condenamos a los estudiantes a perder rápidamente su vocación y los calificamos para que sólo aprendan a reproducir modelos ajenos. Casi todos los estudiantes de medicina que un día ingresaron a sus universidades llenos de vocación la habrán perdido al cabo de tres años de “Educación Superior”. Las malas notas, la deserción escolar y la violencia, no son la enfermedad. Son el síntoma inequívoco de un sistema de educación profundamente enfermo. Pero más presupuesto, más tecnologías, más profesores, más ordenadores, más aulas y más clases de valores desvalorizados por el fundamentalismo del dogma, son como un parche. La enfermedad de nuestro sistema educativo es un profundo déficit de humanidad, una pérdida de vocación por la vida. Educa para el éxito, para la competencia, para el examen, pero no para enamorarte de la vida.
En edu­ca­ción, todos se echan la culpa unos a otros, nadie quiere asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad, ya nadie se toma en serio el sus­tento de nues­tro futuro. La gran mayo­ría, inclu­yendo a los polí­ti­cos, piensa que cuando habla­mos de la impor­tan­cia de la edu­ca­ción, ésta no debe de tras­cen­der sus intere­ses per­so­na­les, se la toma como una broma más en las con­ver­sa­cio­nes. Pero la his­to­ria misma será la que se encar­gue de cobrar un pre­cio muy alto a la socie­dad entera por no haber sido lo sufi­cien­te­mente sen­sata como para con­cre­tar meca­nis­mos de inter­ven­ción tem­prana que nos per­mi­tan pre­ve­nir antes que lamen­tar.

¿Y si la Pedagogía, más que un cúmulo de teorías y de técnicas, fuera una estrategia humana para re-encantar la vida? ¿Y si pudiéramos aprender enseñando, aprender aprendiendo y así ser, siendo únicos, lo que somos, como somos, para experimentar la plenitud de ayudarnos? ¿De completarnos? ¿Y si aprendiéramos desde la humildad y la inocencia del saber que no sabemos, para sabernos inmersos por fin en un conocimiento que involucre de lleno el amor?

Ese día, la pedagogía será también nuestra terapéutica y la terapéutica será nuestra mejor pedagogía. Ese día, no tan lejano, la pedagogía convocará todas nuestras inteligencias en ese cauce de sabiduría que vincula la gran cadena de la vida. Que esta nueva pedagogía nos involucre en la dimensión de una nueva cultura de relaciones humanas, una en la que la libertad sea consecuencia de la responsabilidad. Una cultura en el camino del alma. Una cultura del alma.
La edu­ca­ción está enferma, pero no existe una vacuna que la sane de manera inme­diata. La cura está en todos noso­tros, en nues­tra res­pon­sa­bi­li­dad, en nues­tra acti­tud de cam­bio, en la de los polí­ti­cos, de los empre­sa­rios, de los edu­ca­do­res, de los alum­nos, de los padres, de todos quie­nes al menos con­fían en que los niños de hoy sí pue­den cons­truir mejor el mundo del mañana. Un desafío muy grande.



1 comentario:

  1. El sistema nos adiestra para consumir, la educación queda relegada. Si careces de conocimientos siempre serás más maleable e influenciable.

    SE NECESITA TENER METAS.

    Ya lo dijo Pitágoras " Educad a los hijos y no será necesario castigar a los hombres"

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